Una historia contada en clave de región

Una historia contada en clave de región


Por: Carolina Abadía Quintero


Inicialmente para entender el territorio hay que tener en cuenta que éste se define tradicionalmente a partir de coordenadas matemáticas y geométricas. Muchos han sido los cientistas sociales que la han entendido como el área territorial con un grado de homogeneidad y características específicas que le diferencian de otras zonas territoriales. En segunda instancia el territorio es concebido como elemento central en lo referente a las políticas públicas y las formas estatales que regulan los negocios nacionales y el ordenamiento territorial. A estas definiciones se suma el hecho de que es el territorio el que permite ordenar y organizar internamente a los Estados desde los ámbitos económicos y estatales.

El territorio para lograr acercarnos a una conceptualización más homogénea y universal, se define como el espacio socialmente construido en el entramado de las relaciones (cualquier tipo de relaciones) que establecen los seres humanos con el componente espacial y/o geográfico. Es la extensión terrestre delimitada, que incluye una relación de poder o posesión por parte de un individuo o grupo social. El territorio en conclusión es el ámbito geográfico de la comunidad social, cultural y política, el cual con el trasegar del tiempo sufre transformaciones históricas y ecoespaciales lideradas por los seres humanos, quienes son los que lo edifican a partir de sus prácticas y actividades.

Estudiar el territorio requiere ante todo de la apropiación histórica que de éste han hecho los grupos humanos; esto llevará a entender el trasegar de los fenómenos sociales locales. Así entonces, surge la territorialidad la cual podemos definir como el resultado histórico de las relaciones entre la sociedad regional y su entorno natural, sometidas éstas a los cambios y transformaciones que la humanidad le impone al medio geográfico y en la relación que mantiene con lo natural. Es entonces la territorialidad el grado de control de una determinada porción de espacio geográfico por parte de un grupo humano en el que se desarrollan prácticas simbólicas y materiales de apropiación y legitimación del territorio. Frente a esto se presentará entonces el regionalismo que se entiende como el sentimiento de identificación que tienen los grupos humanos para conformar con esto el imaginario regional, el cual sin duda estará conformado por valores, normas y costumbres. El concepto de región, como muestra Fals Borda, ha sido trabajado, por lo menos a nivel latinoamericano, desde una perspectiva enciclopédica y general según la necesidad de quien lo define. Fundamentalmente, “la región es un espacio socio geográfico con elementos físicos y humano que le dan unidad y le distinguen de otros: mas que la homogeneidad, es la integración de dichos elementos lo que determina la existencia de una región” (Borda, 1990, p. 28).

Últimamente se han impuesto, para definir la región, criterios económicos y políticos que olvidan que la base constructiva de éste, termina siendo lo cultural e histórico, elementos que de por sí han permeado el devenir cotidiano de nuestros antecesores y pobladores. Entenderemos la región como el área territorial con cierto grado de homogeneidad y características biogeográficas, sociales y culturales que le diferencian con las zonas vecinas, lo cual le permite tener una mínima unidad que le permite tener conciencia de sus costumbres edificando con esto una identidad propia.


La región en la historia

Para comprender el desarrollo y mutación del territorio colombiano en su larga e inmensa historia, inicialmente hay que tener en cuenta que a pesar de las constantes divisiones territoriales que se presentan, Colombia ha sido un archipiélago de ciudades y regiones. En suma, no presenta una inclusión e inserción interna como territorio.

Cada región de nuestro país, históricamente, ha construido sus formas cotidianas y culturales. Las primeras crónicas escritas por Pedro Cieza de León en el siglo XVI, a su paso por estas tierras describen al Valle del Cauca como una región paradisiaca, exuberante, bella y variada en fauna y flora. Un amplio territorio en el que se conjugaban la sierra y el valle, cruzados y unidos ambos por la majestuosidad del río Cauca y por la presencia de hileras nutridas de arroyos y afluentes, de los que en parte subsistían los “porfiados” y antropófagos nativos, que el cronista describe. Poco a poco y con los embates de la colonización castellana, la fundación de guarniciones militares en primer término y ciudades, configuraron una estela de poblados que conformaron un importante cordón socio – económico que atravesaba de norte a sur, la comarca vallecaucana.

A medida que los poblados se iban levantando, la vida social, política y económica se fue edificando, al tomar como modelo y ejemplo las instituciones y las costumbres de los castellanos recién llegados. Si bien, esta no fue una región con alta población indígena, en comparación con otras localidades, las pequeñas sociedades prehispánicas habitantes de estos territorios tuvieron una presencia constante en los desarrollos económicos, sociales y políticos locales.

Estas tierras, por su espléndida condición y posición geográfica, así como por su riqueza mineral y productiva, se constituyeron en los siglos coloniales, en una importante región minera, agrícola y comercial que dinamizó los desarrollos económicos del suroccidente colombiano. No más es de recordar el amplio cinturón de latifundios y haciendas que durante el siglo XVIII, configuraron toda una red económica que alimentó el progreso agro – comercial de la región, más teniendo en cuenta que gracias a la producción agrícola hacendataria, las minas y las prácticas comerciales locales tuvieron un importante espacio de sustento y fortalecimiento.

En suma, manos criollas blancas, mestizas, indígenas, negras y libres de todos los colores forjaron el ímpetu económico de estas tierras, legando de generación en generación, la importante convicción de sembrar y cosechar el progreso en nuestra región. Condición determinante para lo que es la historia del Valle del Cauca. Es gracias a dicha red económica que la región vallecaucana sin ser autónoma política, civil y socialmente, al depender de la Gobernación de Popayán, empieza a edificar un progreso disímil y ampliamente benéfico para las elites de tal territorio, en comparación con los otros espacios que eran parte de la dicha gobernación.

A pesar de la plena y aparente estabilidad que caracterizó a la región en la época colonial, sin dejar de lado algunas sublevaciones de negros esclavos y las huídas de cimarrones, la llegada del siglo XIX, marcaría una importante pauta en el trasegar histórico de la comarca, porque si bien durante los años coloniales la subordinación a Popayán, al parecer no se presentó como un inconveniente jurisdiccional, con las gestas emancipatorias y de independencia, el Valle del Cauca toma por primera vez las riendas de su destino y se proclama autónoma.

Los nombres de próceres como José María Cabal, Joaquín de Caicedo y Cuero, Ignacio Vallecilla y fray José Joaquín Escobar son ampliamente recordados en los panteones de los líderes independentistas, pues todos y cada uno, más allá de declararse desleales a la causa anti francesa y real, creyeron en la necesidad de edificar una unidad de ciudades, que instigando a otros actores y poblados, lograran conformar un bloque político que fuertemente se enfrentaría al poder señorial payanés, el cual, manifestándose a nombre del gobernador Tacón, pedía la obediencia y la calma de los cabildos insurrectos.

Es así como después de la firma del acta de independencia de Cali y gracias a la rapidez de los cabildantes caleños, se establecen a lo largo y ancho del territorio vallecaucano, una gama de alianzas y pactos con los cabildos y poblados circundantes para así crear el primer proyecto político autónomo de la región, las “Ciudades Amigas y Confederadas del Valle del Cauca”, las cuales nacen el 1 de febrero de 1811, instaurando un gobierno provisional en representación de las ciudades de Cali, Caloto, Buga, Cartago, Anserma y Toro. Como afirma el historiador Alonso Valencia, dicho proyecto confederado no pretendía entre sus fines iniciales separarse de la Corona, pero si gobernar la región enfrentando con esto a las autoridades y funcionarios españoles.

A pesar del duro golpe político y económico sufrido a lo largo del proceso de independencia y consolidación republicana, estos territorios adquirirían gran importancia para el recién creado estado republicano, empero las inestabilidades de éste trajeron consigo un clima de desconfianza que llevaría en 1830, a un grupo de importantes personajes de la región, entre los que se encontraban los célebres caudillos José Hilario López y José María Obando, a adherirse a la vecina república del Ecuador. Situación que se prolongaría hasta 1832, cuando es expulsado de la presidencia colombiana, el venezolano y llamado usurpador, Rafael Urdaneta.

El retorno de la tranquilidad a la joven república traería consigo una reorganización administrativa que divide al Valle del Cauca en dos provincias, la de Buenaventura y la del Cauca. La primera conformada por los cantones de: Cali (Cali, Jamundí, Salado, Yotoco, Yumbo), Iscuandé, Micay (Micay, Guapi, Timbiquí), Raposo (Buenaventura, Calima, Raposo, Yurumanguí) y Roldanillo (Roldanillo, Pescador); y la segunda dividida en los cantones de: Buga (Buga, Cerrito, Guacarí, San Pedro), Cartago (Cartago, Ansermanuevo, Ansermaviejo, Cerrillos, Naranjo, Zaragoza, Zarzal), Palmira (Palmira, Candelaria, Florida), Supía (Supía, Montaña, Quiebralomo, San Juan) y Toro. En total, para 1843 la población de estas dos provincias era, según el Censo General realizado en dicho año, de 60.860 habitantes.

Si se nota, la creación de ambas provincias divide el territorio vallecaucano entre sus bandas oriental y occidental, sin tener en cuenta que las dinámicas históricas de la región, estrechaban los lazos sociales, culturales, políticos y familiares de los habitantes y las poblaciones de ambas provincias. Mientras estas reorganizaciones administrativas se presentaban, la región fortalecía con gran progreso su economía agrícola y ganadera, aprovechando incluso medidas como la abolición de la esclavitud, lo cual llevaría a una liberalización de la mano de obra y a una reformulación de las relaciones laborales, al aparecer en escena ingentes grupos de trabajadores libres, aparceros, jornaleros y terrazgueros, que dinamizarían las complejas redes agrícolas del territorio vallecaucano.

Tal proceso de fortalecimiento económico se alimenta con dinámicas como la ampliación de la frontera agrícola, el requerimiento de materias primas y alimentos por parte de otras regiones, la preocupación de ciertos sectores oficiales y de élite por mejorar las comunicaciones del territorio vallecaucano y por convertir a Buenaventura en el soñado puerto y salida al mar de los productos de la comarca. Cabe agregar que fue importante también la disminución del control y la presencia estatal en la región, pues esto permitiría la aparición de prácticas y grupos empresariales, a partir de las dinámicas comerciales, ya antiguas de por si en el territorio.

Para mediados de 1850, con la constitución de 1853 el panorama territorial cambiaría con el cambio de sistema de organización administrativo, posibilitando por tanto la creación de nuevos estados. En 1855 se crea el Estado Federal de Panamá, en 1856 el Estado de Antioquia, por la ley del 15 de junio de 1857 se crea el Estado del Cauca, en 1859 surgen los Estados de Santander, Cundinamarca, Bolívar, Boyacá y Magdalena. Finalmente, con el acto legislativo del 10 de febrero de 1858, se conformó la “Confederación Granadina”, constituida por dichos estados.

El federalismo, proyecto político liderado por el presidente caucano Tomás Cipriano de Mosquera, se impondría en el país, con la presencia entonces, para 1863 de ocho Estados Soberanos (Antioquía, Bolívar, Magdalena, Santander, Cundinamarca, Boyacá, Panamá y Cauca), que conformaban entonces los Estados Unidos de Colombia. Las anteriores provincias de Buenaventura y Cauca serían una de tantas parcialidades que entrarían a conformar el voluminoso estado soberano del Cauca , al cobijar parte de Brasil, Ecuador y Perú, y los territorios actuales de Amazonas, Caquetá, Guainía, Vaupés, Nariño, Putumayo, Cauca, Chocó, Risaralda, Quindío y una parte de Caldas.

La descentralización territorial, trajo consigo un proceso de fortalecimiento de las racionalidades regionales, dinámica que es férreamente defendida por quien sería el primer gobernador del estado caucano y posteriormente presidente de la nación, Tomás Cipriano de Mosquera. Con él se consolidarían las autonomías y soberanías territoriales, así como se vigorizan las élites locales. El modelo federal, defendido vehementemente por los liberales radicales, pervive hasta entrada el periodo de la Regeneración, denotando por tanto un importante robustecimiento de las regiones.

El Estado Soberano del Cauca, grande en extensión pero inferior en habitantes, se convertiría en espacio de confrontación bélica, por las constantes guerras que se presentarían entre los partidos políticos liberal y conservador, lo cual llevaría a las elites de la región vallecaucana a crear y consolidar significativos movimientos, para así conseguir el control político del territorio, más teniendo en cuenta que la inestabilidad política del estado caucano no beneficiaba el desarrollo económico dinámico que se estaba presentando en la región.

Con el periódico El Telégrafo y poco después con El Ferrocarril del Cauca, dirigido éste último por Eustaquio Palacios, los grupos empresariales, de comerciantes e intelectuales, utilizaron dichos diarios como vitrinas para así visibilizar un incipiente proyecto económico y autónomo, caracterizado por difundir ideas referidas a la tolerancia religiosa, al abandono del sectarismo político, la construcción de infraestructura vial, así como de la línea ferroviaria entre Buenaventura y Cali y la capitalización de la agricultura de la región, a partir de la creación de un Banco Hipotecario. Todo con miras de mostrar lo necesario que era ser autónomos e independientes del Cauca y del poder payanés.

Tales propuestas tuvieron un importante eco, logrando la consolidación del Valle del Cauca, pues por lo menos para los años correspondientes a la década de 1870, el Estado colombiano patrocinaría e iniciaría la construcción del ferrocarril, de algunas vías que unían ciertos poblados vallecaucanos e impulsaría la navegación a vapor a través del río Cauca y la comunicación telegráfica. Dichas dinámicas modernizantes, estarían fuertemente ligadas a las importantes dinámicas agrícolas y comerciales que se presentaba en el Valle del Cauca, integrándola como región económica con el resto del país.

Llegado Rafael Núñez al poder, el proyecto regenerador diseñado intentaba solucionar el problema de descentralización a través del llamamiento de la unidad nacional, a partir de la implantación de un régimen centralista, con fuerte intervencionismo del estado. Núñez, liberal tiempo atrás, en su segundo periodo, bajo el lema de “Regeneración o catástrofe” y enfrentándose bélicamente a los radicales en distintos estados, logra imponer su proyecto con la Constitución de 1886, la cual no sólo centraliza el país, sino que crea el ejército y la policía nacional, además de restringir las libertades individuales y de prensa que se habían consolidado con la anterior constitución liberal.

Dicha constitución de 1886, acabaría entonces con los estados soberanos, más no desintegraría los territorios, que en adelante se denominarían departamentos, claro que con el agravante para muchos dirigentes regionales, que las autoridades ejecutivas y administrativas dependerían del presidente, perdiendo con esto no sólo la soberanía sino el control que éstas y las elites regionales tenían sobre sus decisiones y racionalidades. Sin embargo, a pesar de la subordinación de los estados y la imposición centralista, se puede afirmar que tal política fue un fracaso, al no diluir el papel de las élites regionales de los antiguos estados soberanos.

Con el ascenso de Rafael Reyes al poder, éste recibió un país en ruinas y profundamente golpeado por la pérdida de Panamá y las guerras, iniciando con el apoyo de grupos conservadores, liberales y de las clases adineradas, la reconstrucción nacional. El presidente era consciente de la necesidad de atacar los caudillismos regionales, mermar el poder de los extensos departamentos y recurrir imperiosamente a medidas que reactivaran la economía nacional. Entre las políticas impuestas por Reyes están: el desarme general de la población, reformas militares que incluían la profesionalización del ejército colombiano y creación de escuelas de formación militar-, intervención estatal de la economía, apoyo a la industria nacional y al sector agrícola, así como el mejoramiento de la infraestructura vial y los medios de comunicación.

Para contrarrestar los poderes regionales, el presidente Reyes promulgaría las leyes de reorganización territorial para iniciar el proceso de desintegración de los extensos departamentos. El departamento del Cauca empezaría su desmembración con la ley 1ª de 1904, que creó el departamento de Nariño y poco después en ese mismo año, los departamentos de Caldas y Huila, junto con Galán, Atlántico, Bolívar, Tundama y Quesada. Cuatro años después, en 1908, la ley 1ª expedida en el mes de Agosto, crea 34 departamentos, configurando con esto la reorganización nacional. 8 de éstos conformaban el departamento del Cauca: Tumaco, Cali, Buga, Cartago, Tuquerres, Pasto, Popayán y Manizales.

Terminada la presidencia de Reyes, el proyecto de reorganización política se modificaría con el decreto 65 del 14 de diciembre de 1909, que volvería a imponer la organización creada por la constitución de 1886, es decir 10 departamentos junto con Nariño. Dicho decreto, sin embargo facilitaba que los antiguos departamentos tuvieran la posibilidad, cumpliendo unos requisitos obligatorios de ley, de recuperar su antigua categoría. Como así lo hicieron, correspondiente al territorio caucano, Caldas y Huila.

Para 1910, el presidente Ramón González Valencia con el decreto 340 del 16 de abril de 1910, crearía trece departamentos más, entre los que se encontraba el Valle del Cauca, con Cali como capital. Gracias a la legislación propuesta por Reyes y por el presidente González Valencia, considerables y destacados personajes de la vida local vallecaucana, liderarían un importante proceso de transformación y búsqueda de la autonomía regional. Es así como nacería el Valle del Cauca y con él un proyecto de región que hoy en día se consolida a partir de la unión con los otros entes territoriales circundantes.


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