La ciudad ¿nuestra ciudad?

La ciudad ¿nuestra ciudad?


Por: Carolina Abadía Quintero


La historia de las ciudades va irremediablemente unida al acontecer evolutivo de los seres humanos. Pensemos por un momento en las formas de albergue de las sociedades antiguas nómadas, las cuales errantes se desplazaban constantemente por los territorios para la consecución de comida, seguridad y refugio. Por tanto, con el proceso de sedentarización surgen las ciudades y son ellas mismas expresión de la historia humana, ellas son el vestigio más latente del desarrollo y evolución de nuestras sociedades y culturas. Por tanto, según el avance dentro de las estructuras socio-económicas y culturales de los seres humanos, así paralelamente van creciendo y cambiando las ciudades. La ciudad por tanto, se edifica como un proceso continuo en el desarrollo de los asentamientos humanos socialmente organizados; es el espacio donde se manifiestan de manera tácita las dinámicas y prácticas de poder; de hecho en la ciudad encuentra su espacio de representación arquitectónica; es un espacio histórico en el que sus habitantes intentan constantemente auto representarse.


El territorio, el espacio, lo urbano

Es importante tener en cuenta que la relación que primero establece la colectividad humana con lo urbano, con la ciudad, es netamente espacial. La ocupación y la apropiación son los primeros ejercicios pragmáticos que realiza el hombre. La espacialidad empieza a construirse desde distintos niveles apropiativos, lo cual ayuda a que las colectividades se organicen y conformen a nivel tanto exterior (la ciudad), como interior (hogar, cuadra, barrio).

La casa, la calle, la plaza deben representar nuestros primeros referentes espaciales para entender la complejidad de lo urbano, lo territorial y lo regional. En ellos resignificamos nuestras experiencias colectivas y en definitiva edificamos nuestra espacialidad. A pesar de estas pequeñas unidades hay que comprender que la ciudad no es una yuxtaposición de partes; por el contrario es un todo en el que se hacen presentes intercambios contantes y regulares entre los diferentes sectores que la componen. Por ejemplo, hay que tener presente los contantes movimientos de sus habitantes cuando la recorren cotidianamente, en relación con los actores inmóviles, es decir los edificios y las estructuras físicas, pues en torno a ellas es que también se configuran nuestras relaciones con el entorno urbano.

Las partes de la ciudad no se encuentran aisladas: “las partes de una ciudad no son solamente artefactos o construcciones de ladrillos, piedras y asfalto, sino realidades sociales… el cuerpo de la colectividad humana está constituido por su población” (Ledrut, 1972, p. 152).

Como plantea Fernando Viviescas: “… los centros urbanos actuales y futuros se constituyen en un reto disciplinar y profesional no sólo por los inmensos volúmenes de población que albergan sino porque (…) tanto en su configuración como en su consolidación (…) intervienen factores y se generan procesos particulares con incidencias a veces sumamente fuertes, los cuales ni siquiera han sido suficientemente investigados por las ciencias sociales ni, mucho menos resueltos, por la economía o el urbanismo…” (2002, 47). Mas teniendo en cuenta que no existe una teoría general de la ciudad, al no ser un campo unitario de investigación y análisis disciplinar.

Es resueltamente necesario que los cientistas sociales nos preguntemos por lo urbano, en la medida en que nuestras ciudades latinoamericanas han crecido a un ritmo vertiginoso en el siglo XX, con las siguientes problemáticas:

1) El modelo socio-económico presente en el cual se presenta un monopolio en la producción y distribución ha generado condiciones de pobreza y miseria, con una evidente precarización del espacio.
2) Las crisis y debilidades políticas de nuestros estados y democracias, han generado que pervivan formas de dominación y contestación, han creado que la construcción y disfrute del espacio de uso y de lo público se realice desde la expresión ciudadana.
3) La globalización y el consumismo han generado entre los jóvenes espejismos de confort y disfrute que chocan continuamente con las complejas y precarias realidades sociales que viven nuestras ciudades latinoamericanas.

Todas estas problemáticas hay que tenerlas en cuenta, en la medida en que hemos concebido por mucho tiempo la ciudad como un asunto arquitectónico intrascendente. Hay que repensar la ciudad como el espacio de construcción donde se reflejan continuamente los procesos de cambio tomando como punto de partida los siguientes agentes y procesos:

1) La participación ciudadana.
2) El crecimiento urbano.
3) La reflexión sobre lo arquitectónico.
4) El control y la regulación sobre los espacios.

Ante tales perspectivas y problemáticas surgen entonces los siguientes interrogantes que nos deben obligar a pensarnos la ciudad y nuestros actuales centros urbanos:

– ¿Qué es construir ciudad?
– ¿Cómo construimos ciudad?
– ¿Cómo resignificamos nuestros espacios cotidianos?
– ¿Cómo edificamos nuestras espacialidades a nivel socio-cultural?

Para el caso colombiano, es necesario que desde los estudios sociales dejemos de concebir la ciudad, la región y el territorio desde una perspectiva localista, sectorial y aislada, que no se corresponde con los procesos internacionales y globalizadores. A la vez, no se debe dejar de lado que en Colombia las ciudades siguen creciendo sin siquiera superar problemas de equipamiento básico, vivienda, exclusión, marginalidad, segregación e inequidad. Para acercarnos al estudio del presente término y sus variables y complejidades, tenemos que identificar la ciudad como un espacio dinámico que determina la concepción de la vida y los modos de pensamiento y comportamiento de quienes la habitan.

En una perspectiva futura nuestras ciudades, como lo plantea Fernando Viviescas deberían caracterizarse por tener:

habitantes conscientes de sus derechos, respetuosos de los demás, capaces de ubicar sus horizontes de reivindicación en los ámbitos de la dignidad y el disfrute colectivo; estos no permanecerán ciegos ante los diversos problemas de la ciudad en cambio los habitantes sometidos a la ignorancia de lo que les corresponde y limitados en sus aspiraciones a la mal llamada satisfacción de sus necesidades más elementales se comportarán como ciegos y sordos (2000, pp. 12 – 13).

¿Por qué pensar la ciudad? Porque habitamos en ella y en ella edificamos nuestra cotidianidad. Porque nuestra calidad de vida individual y colectiva dependen de la dinámica presente en el fenómeno urbano. Por fines científicos como: leer y analizar los imaginarios o entender las problemáticas centradas en la urbanización, entre otros. Porque el concepto en sí encierra una importante dinámica de cambio.


La ciudad moderna, la modernidad, la modernización



Ahora bien, para poder acercarnos a un análisis y reflexión sobre los cambios transformativos e históricos de la ciudad, de nuestra ciudad, hay que remitirnos a uno de los momentos más significativos en la historia de Santiago de Cali: el proyecto modernizante de principios del siglo XX. Es de saber que en dicha época un grupo de agentes históricos conformado por las élites dirigentes, políticas y comerciales de la ciudad, lideraron el cambio que llevó a Santiago de Cali a convertirse de una aldea bucólica a un centro urbano modernizado.

El crecimiento de la ciudad como muestra Edgar Vásquez (2001), y como se denota en la imagen, estuvo prácticamente dirigido hacía la transformación en orbe republicano, a la simulación del progreso edificado por las burguesías europeas. Tal proceso irá de la mano con un dinámico empuje comercial representado en la aparición de múltiples almacenes y cacharrerías, las cuales jalonarían la llegada de la tecnificación e irrupción capitalista en la ciudad. La vida misma de la aldea cambiaría, se transformaría, las casas de bahareque darían paso a los edificios de estilo londinense, del transporte de tracción animal a los automóviles, en las calles no se evidencian las acequias sino los primeros síntomas de adopción del alcantarillado y la pavimentación. La ciudad moderna surge, se gesta. Los nuevos aires de cambio urbano hacen presencia. Esto nos lleva a hablar indiscutiblemente de la modernidad.

Cuando se habla de modernidad comúnmente se hace referencia a lo nuevo, se conecta al plano de las ideas a la cultura, contrario al plano de lo tradicional; por otra parte, se cree que la modernidad conduce a la modernización, que remite a la materialización de esas ideas modernas (plano económico y político). Habermas, ve a la modernización como un proyecto inacabado, y acepta la tradición lineal del proceso de modernización venida desde Hegel, donde el fenómeno de la modernidad está marcado por “acontecimientos históricos claves para la implantación del principio de subjetividad (moderna), como son la Reforma, la Ilustración y la Revolución francesa” (1989, p. 133)

Sin embargo, la discusión sobre modernidad y modernización para el resto del mundo va mucho más allá de este simple ciclo lineal de sucesos europeos de secuencia espacio-temporal. La modernidad, como proyecto, se ha situado en un espacio y tiempo que remite a Europa occidental, donde se consolida como centro y lugar de la historia universal en un “Yo”, reafirmándose mediante la negación del “Otro” o los “Otros” no europeos, no civilizados. Para Enrique Dussel (1993), esta es la clásica visión de modernidad en la que sólo se destacan fenómenos intra-europeos y el desarrollo posterior no necesita más que Europa para explicar el proceso. Esta es una de las críticas desde la periferia al concepto de modernidad, visto como proyecto eurocéntrico, con pretensiones de diferenciación y universalidad.Según Dussel, si se pretende la superación de la “Modernidad” será necesario negar la negación del mito de modernidad, negar su inocencia, afirmar la alteridad del otro descubrir la otra cara: el mundo periférico colonial, a las víctimas de la praxis irracional de la violencia.

Marshall Berman dirá en primera instancia sobre la modernidad que:

(…) hombres y mujeres del mundo comparten hoy una experiencia vital –experiencia del espacio y en el tiempo, del ser y de los otros, de las posibilidades y de los peligros de la vida- a la que llamaré Modernidad. Los ambientes y las experiencias modernas cruzan todas las fronteras de la geografía y la etnicidad, de las clases y la nacionalidad, de la religión y la ideología: en ese sentido puede decirse que la modernidad una a toda la humanidad (2001, p. 23).

Modernidad por tanto es el proyecto, el ethos cultural referido a los sistemas de valores, a los modos de vida, a las formas de organización social que evidencian el camino para llegar a la modernización. Respeto a este último término Bergman planteará que está referida a:

los grandes descubrimientos en las ciencias físicas, la industrialización de la producción, que transforma el conocimiento científico en tecnología, crea nuevos medios humanos y destruye los viejos, acelera el ritmo de la vida, genera nuevas formas de poder jurídico y lucha de clases; inmensos trastornos demográficos, que separan a millones de personas de sus ancestrales hábitats, arropándolas violentamente por el mundo en busca de nuevas vidas; el rápido crecimiento urbano y con frecuencia cataclísmico, sistemas de comunicación masivos, dinámicos en subdesarrollo, que envuelven y unen a las sociedades más diversas; estados nacionales cada vez más poderosos (2003).

El final de la década de los ochenta será clave para los intelectuales latinoamericanos, pues se replantearán y reinterpretarán el significado de modernidad vista desde la periferia, dándole otro matiz: “la modernidad en América Latina exige ser pensada desde la heterogeneidad e hibridación de temporalidades de que están hechas sus sociedades y sus pueblos […] Estamos ante la ineludible necesidad de pensar las secretas complicidades entre el sentido de los universal que puso en marcha la Ilustración y la globalización civilizatoria que el etnocentrismo occidental ha hecho pasar por universal” (Dussel, 1993, p. 43).Entre los exponentes de la periferia que niegan el proyecto eurocéntrico de universalidad del proyecto de modernidad tenemos a Jesús Martin Barbero, Nestor García Canclini, José Joaquín Brunner, entre otros. El debate sobre el tema de la modernidad en América Latina se ha convertido en una referencia a la identidad cultural no homogénea, por lo que se habla de modernidad sin modernización, modernidades hibridas, modernidades fluidas, plurales, descentradas.

Brunner afirmará que lo que se presenta en Hispanoamérica es una conjunción de modernidades que se ven alimentadas por la mezcla con las culturas autóctonas, lo cual hace que surjan éstas de forma heterogénea pues mezcla el desarrollo técnico material y político junto con un sistema moral y de valores de orden tradicional. Al respecto Adrian Gorelik (2003) propondrá que pensar la modernidad y lo moderno se referirá expresamente a debatir sobre la ciudad al ser éste un producto interrelacional del primer fenómeno.

Para el Valle del Cauca, la primera mitad del siglo XX significó un desarrollo incipiente de la economía capitalista en la ciudad, que se vio expresada tanto en la industria fabril como en la agricultura. Se presentó un crecimiento poblacional considerable del casco urbano, así mismo, las ciudades principales (Santiago de Cali, Buga, Palmira, Cartago) empezaron a construir una infraestructura moderna, parques, edificios, servicios públicos, calles y avenidas. Por otra parte, se fueron consolidando ciertas representaciones e imaginarios sociales vinculados a la modernización, que enarbolaban los principios burgueses y cuestionaban las costumbres tradicionales del pobrerío y parte de la élite urbana y rural.

En Latinoamérica: las ciudades y las ideas, José Luís Romero (1999) plantea que la mayoría de las ciudades de nuestro continente entran al siglo XX experimentando un proceso de transformación física, económica y cultural, que tiene sus inicios a finales del siglo XIX. En las capitales se concentraban los inversionistas y comerciantes que dinamizaban la economía, algunas de ellas eran a la vez puertos, lo que las potenciaba como centros de progreso económico. Entre tanto, seguían existiendo ciudades que se quedaron al margen del proceso de modernización y que eran vistas como ciudades estancadas, donde la actividad mercantil, el estilo de vida tradicional y hasta la arquitectura conservaron su esencia colonial.

Las ciudades que se integraron al sistema de la nueva economía vieron crecer sustancialmente su población, resultado de las migraciones, a la vez que experimentaban una inusual movilidad de la sociedad. Las nuevas generaciones del viejo patriarcado que se negaron a participar de esa emergente ciudad mercantilizada y burguesa, dieron un paso atrás y muchas veces se refugiaron en sus lejanas haciendas. Mientras tanto, en las ciudades “prevalecía un nuevo estilo: el de la gran burguesía del mundo industrial, despersonalizada y anónima cuando se trataba de negocios, un estilo audaz y arrollador que suplantaba al tradicional, más cauto, y en el que, cualquiera fuera el volumen de los negocios y el margen de la aventura, asomaban, mezclados, los prejuicios del hidalgo y del pequeño burgués”(p. 34)

Esta nueva burguesía estuvo conformada, por un lado, de miembros del viejo patriciado que se vincularon al proceso de modernización social y económica y, por otro lado, grupos de pertenecientes a la clase media que buscaban desesperadamente el ascenso social y económico. Esta nueva clase no sólo logró controlar el mundo de los negocios, sino que también dominó la política, predominando en los espacios de decisión más importantes, lo que les permitió encausar las leyes a favor de sus actividades privadas. La esperanza en la movilidad social que promulgaba el nuevo sistema económico y social causó que muchas personas salieran del campo, de otras ciudades, incluso de otros continentes, con rumbo a las principales ciudades latinoamericanas. Nuevas fuentes de trabajo se ofrecían a los recién llegados.

Así es como la sociedad sufría profundos cambios, a inicios del siglo XX y las ciudades latinoamericanas empezaron a transformarse físicamente. La naciente burguesía inspirada por la transformación de París llevada a cabo por el barón de Haussman, impulsó el cambio urbano, basado en el principio de ruptura del casco antiguo, con el fin de ensanchar las calles y facilitar la comunicación con las nuevas construcciones. “Extensos parques, grandes avenidas, servicios públicos modernos y eficaces debían ‘asombrar al viajero’, según una reiterada frase de inicios del siglo XX” (Romero, 1999, p. 102). El casco antiguo siguió conservando su centralidad administrativa y comercial, mientras las clases altas que tradicionalmente habían habitado en él, se empezaron a retirar a nuevos barrios aislados de la plaza mayor, a la que se acercaban cada vez más las clases populares.

La nueva burguesía latinoamericana se miraba en un espejo europeo, que determinó definitivamente sus costumbres. Se empezó a imitar la forma de vida del viejo continente, en especial de la Inglaterra victoriana y de la Francia de Napoleón III. Los burgueses latinoamericanos buscaron a inicios de siglo confirmar su posición de clase predominante y utilizaron para ello una serie de signos que demostraran su prestigio. Así, hicieron su aparición los clubes de estilo inglés, los restaurantes prestigiosos, los teatros a los que se acudía a disfrutar de la ópera, las fiestas lujosas ofrecidas por las familias reconocidas, los deportes de moda como el tenis o el jockey, los automóviles y todo un repertorio de lugares, actividades y cosas que servían a la burguesía para mostrarse exclusivos, elegantes y en la punta de la pirámide social. De esta forma, la elite logró imponer su mentalidad en la sociedad latinoamericana, una mentalidad “que estaba arraigada en la certidumbre de que el mundo pasaba por una etapa muy definida de su desarrollo y que era necesario consumarla conduciéndola hasta sus últimos extremos” (p. 56), una filosofía del progreso, del éxito económico y del ascenso social que encontró en la ciudad su mejor nicho.

Sin embargo, a la par del nuevo proceso económico, en las ciudades latinoamericanas se empezó a observar una creciente organización política de sectores de la clase media y baja, quienes exigían que se hiciera efectiva la democracia. Dichas clases mostraban su interés por mejorar su educación y su cultura, por lo que pronto adquirieron un bagaje de información que les permitió opinar y discutir con propiedad sobre los problemas políticos de sus ciudades. Estos sectores se multiplicaron y empezaron a tomarse la ciudad, los cafetines, los cines, el tranvía, a leer el periódico y a ocupar importantes empleos. Mientras tanto, la elite observaba cómo la ciudad dejaba de ser su propiedad.

Según el historiador Lenin Flórez (1996), no puede pensarse la modernidad desde un contexto como el vallecaucano a principios del siglo XX creyendo que esa sociedad tan heterogénea se contemplaba a sí misma como organizada alrededor de la racionalidad. Según él, para esta sociedad hacer los parques, plazas, bustos y estatuas durante el centenario de independencia era propio de los tiempos modernizadores vallecaucanos entre 1900-1930.



La década de 1920, significó para esta región una constante peregrinación al progreso. En el eco de sus demandas se encuentran desde el arreglo de los cementerios hasta la pureza del sufragio; en 1911 la apertura del canal de Panamá; la llegada del Ferrocarril del Pacífico en 1913; la preparación del acueducto público, la alcantarilla cubierta, arreglar y crear las calles para que rodaran el ómnibus y el carro del futuro. Podemos decir que éste era un intento por definir “un proyecto regional vallecaucano”, el cual “respondía más que a las realidades socio-materiales a una imagen de futuro basada en otros contextos… un símbolo de progreso casi imprescindible era el tranvía, tenerlo era ser ciudad, trasportarse en él era ser ciudadano… en 1914 ya habían automóviles en Cali, Palmira Buga y Tuluá” (p. 45).


Desplazamiento y ciudad

Una de las principales problemáticas que ha impactado los principales núcleos urbanos en Colombia, en el siglo XX, es el desplazamiento forzado. Innumerables han sido las causas para que grandes contingentes de campesinos, labradores y habitantes del campo migren hacia las ciudades, al ser éstas las únicas proveedoras de esperanza y auxilio.

La historia muestra que de ser un país con una fuerte connotación rural, por los fenómenos de desplazamiento y violencia, los centros urbanos nacionales poco a poco se fueron poblando y con esto las tasas demográficas: “En 1938 contaba con 8,7 millones de habitantes, de los cuales el 31% se ubicaba en centros urbanos; en 1951 la población total llegó a 11,5 millones, con un 39% urbano; en 1964 ascendió a 17,4 millones de personas y la población urbana alcanzó un 52% (Cuervo y Jaramillo, 1987: 356s). Para 1973, Colombia alcanzó los 22,8 millones de habitantes, de los cuales ya un 59% residía en centros urbanos; en 1985 llegaba a los 30 millones, con un 65% de población urbana. Ya en 1993, si bien el crecimiento demográfico seguía en aumento, la aceleración de la concentración urbana se hacía más lenta: Colombia contaba con más de 37,6 millones de personas, de las cuales el 68% se encontraba en centros urbanos”. En conclusión, los centros urbanos tuvieron un gran crecimiento en el siglo XX, gracias a los constantes desplazamientos internos que vivió –y aún vive- el país.

Las ciudades, espacios donde sin duda hace presencia el progreso y desarrollo del Estado y la Nación, en el caso colombiano poseen para sí una suma compleja de múltiples identidades, redes simbólicas e imaginarios cada uno construido desde la experiencia significativa que tienen los habitantes de ésta. En suma, la ciudad se ha convertido en un espacio cotidiano de conflicto en donde hacen presencia los intereses sociales y las territorialidades de los agentes urbanos.

Aquellos que llegan del campo a la ciudad no sólo tienen que enfrentarse al caos y a las complejidades que envuelven a ésta, sino que a la vez sufren un importante proceso de mutación identitaria, necesaria además para que puedan ajustarse e insertarse a las dinámicas urbanas en suma un proceso gradual de aculturación y acomodación gradual urbana. Este proceso de por sí duro se ve permeado por la condición de maltrato, desvalorización, desestructuración, desarraigo y exclusión en la que se encuentran y viven los desplazados. Desarraigo que se ve implícito incluso en las formas como los desplazados entienden y viven las dinámicas citadinas.

Para la ciudad, el fenómeno del desplazamiento trae consigo una nutrición de nuevos procesos de urbanización, reedificación socio – cultural y de participación política, más teniendo en cuenta que los desplazados excluidos de por sí en las dinámicas urbanas luchan por ser incluidos dentro de éstas, por ser parte, sufren un proceso transformativo y adaptativo.

Referente a la incidencia del desplazamiento y siguiendo a Jacques Aprile y Gilma Mosquera (2002), se presenta una redefinición de la urbanización citadina, pues con la llegada de los grupos de desplazados se presenta una dinámica de colonización popular urbana de los territorios ejidales:

Aunque opera en menor o mayor grado, en una u otra ciudad, se puede afirmar que la urbe colombiana nueva, en gran parte, es producto del trabajo de los colonos-destechados. “Invasiones”, “tomas” y “ocupaciones” no pueden ser consideradas como asunto sensacionalista, de “orden público”, judicial o como un cómodo espanta-burgueses. Deben ser analizadas sin prejuicios, como uno de los elementos que integran la fase actual del proceso de urbanización nacional. Así podremos, quizá, establecer una nueva categoría territorial histórica de la urbanización: la colonización popular urbana (p. 32).

Esto genera consiga un desplazamiento de la violencia que afectaba a los habitantes rurales, a la ciudad. Si antes se luchaba por el campo, ahora lo que se presenta es una lucha por la porción de terreno donde se levanta el rancho. Y es en este tipo de escenarios con este tipo de agentes donde florece la marginalidad urbana, con dichas subculturas de periferia que empiezan a gestarse por la migración.

 

Bibliografía

  • Berman, Marshall. (2001). Todo lo sólido se desvanece en el aire. Madrid: Crítica.
  • Dussel, Enrique. (1993), Europa, modernidad y eurocentrismo. Buenos Aires: documento en red.
  • Flórez, Lenín. (1996). Modernidad política en Colombia. El republicanismo en el Valle del Cauca 1880 – 1920. Cali: Facultad de Humanidades-Universidad del Valle.
  • Habermas, Jurgen. (1989). Modernidad: un proyecto incompleto. En: Nicolás Casullo (ed.): El debate Modernidad Pos-modernidad. Buenos Aires: Editorial Punto Sur.
  • Ledrut, Raymond. (1972). La significación del entorno. Barcelona: Publicaciones del Colegio oficial de Arquitectos de Cataluña y Baleares. Barcelona.
  • Romero, José Luis (1999). Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Buenos Aires: Paidos.
  • Torres, Carlos A. y Pérez Edmundo. (2002). La Ciudad: Hábitat de Diversidad y Complejidad. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
  • Vasquez, Edgar. (2001). Historia de Cali en el siglo XX. Cali: Alcaldía de Santiago de Cali.