
El Valle de los Japoneses
Por: Lic. Mª Alessandra Zambrano B.
Lic. Español y Literatura
Encontrar, en el Valle del Cauca, una pequeña ciudad como Palmira, significa toparnos con gran parte de la historia agrícola Colombiana.
Y es que en el Valle del Cauca hay más que mujeres bonitas, salsa y chontaduro; existe la historia de un pueblo originado a partir de una quimérica aventura agrícola, en colaboración con un grupo de “quijotescos” japoneses, ávidos por participar en el desarrollo de un pueblo que fue suyo a través de las páginas de “María” de Jorge Isaacs, libro cumbre de la literatura colombiana. En su lectura se enamoraron no sólo de la historia idílica, sino también de cada una de las descripciones, que evocaba poéticamente el libro, sobre el paisaje vallecaucano.
¿Pero cómo pudieron los japoneses de principios del siglo XIX tener entre sus manos una obra colombiana? Gracias a la traducción del Señor Yuzo Takeshima, quien fielmente la tradujo al japonés, enamorando a cientos de lectores del país nipón.
Por cosas del destino llegó a mis manos un breve ensayo titulado “En el valle florecieron los cerezos”, escrito por un sacerdote español, en homenaje a aquellos tres primeros hombres que se aventuraron a descubrir el Paraíso perdido, en un paisaje suramericano, y donde expresa su eterno agradecimiento a la cultura japonesa.
Me interesó investigar los hechos alrededor de la llegada de los japoneses al Valle del Cauca y decidí contactar a la descendiente directa de uno de los tres primeros hombres orientales, que pisaron tierras vallecaucanas.
Uno nunca llegaría a imaginar que tras los muros roídos de un antiguo edificio de la ciudad de Palmir, vive la hija del Señor Kiyoshi Shima, uno de los promotores fundamentales de la agricultura en el Valle. Doña Lux María Shima Kuratomi, es hoy día una de las empresarias más prósperas y respetadas de la región, fiel al legado que le dejó su padre.
Sorprende su sencillez, sus suaves maneras, su cortesía al hablar. Sus rasgos, auténticamente orientales, la hacen dueña de una gran belleza, así como de una espiritualidad que emana a los que le rodean, y nos dejan entrever sus orígenes lejos de las fronteras colombianas, muy cercana a la cultura del sol naciente.
Amablemente accedió a comentarme la historia de su padre, de quien habla con admiración y profundo respeto:
“Mi padre nació en Tokio, en Kanda, el 3 de abril de 1905. Al llegar a Colombia se cambió el nombre y se puso Samuel Kiyoshi Shima…” Dice mientras una luz ilumina sus rasgados ojos.
“Mi padre estudió en la Escuela de la Colonización de Ultramar; precisamente cuando se publicó la obra colombiana “María” traducida por el Señor Yuzo Takeshima en la revista Nueva Juventud. Le gustó tanto la descripción de esos paisajes, el verdor de esas tierras que contagió de emoción a tres de sus amigos Akira Nakamura; Tokuji Nishikuni; Tarhoo Matsuo, quienes después se cambiaron el nombre al español para llamarse simplemente: Adolfo, Antonio y Manuel.”
“Ellos viajaron a Suramérica a aventurarse tras las huellas de “María”. Mi padre dudó entre las Pampas Argentinas pero finalmente quiso conocer el Paraíso”, dice orgullosa de la decisión final de su progenitor.
“Salieron los amigos del puerto de Yokohama en el barco Anyo Maru, trabajando como grumetes, llegaron finalmente el 30 de junio de 1923 al Puerto de Buenaventura”.Entre risas, ella comenta que la primera impresión de Buenaventura no fue muy grata. “Ese no era el Paraíso!”, comenta entre nostálgica y divertida.
“Después avanzaron hacia el centro del Valle por 45 días y allí se encontraron con la tierra de ´María`…mi padre confirmó una vez más todo aquello que describe la obra es verdad: era el Paraíso; y decidió quedarse en él”. Permanece un rato en silencio, tratando de hacer memoria, y retoma: “…mi padre trabajó como vaquero. En ese tiempo el Valle era incipiente en la agricultura y preponderaba la ganadería; tanto era su amor por ´María` que trabajó en la Hacienda El Paraíso, propiedad de la familia Ángeles –en ese tiempo, no era propiedad gubernamental- y se dio el lujo de dormir en la cama de María.” Hace énfasis en esto, para ella es todo un honor del que nunca agotará su narración.
“Después mi padre se trasladó a Corinto (Cauca) en donde recibió a las cinco primeras familias inmigrantes los Nakamura, Yoshioka, Emura, Nikaido y la familia Kuratomi en donde venía la jovencita Mumeo Kuratomi(después Ruth), quien era mi madre y con quién se casó dentro de la Colonia Japonesa de Corinto, siguiendo las costumbres japonesas. Muchos años después se casaron por el rito católico en Medellín, porque como no eran inicialmente católicos ningún cura los quiso casar”, se ríe al recordar las travesías de sus padres al intentar legalizar su unión.
“Lo que hace destacable a mi padre dentro de la historia de la agricultura en Colombia es que enseñó el correcto manejo y conservación de la maquinaria agrícola, estableciendo la primera escuela de Tractoristas de el país. Consiguió que Internacional Harvest Co. modificara la sembradora y cultivadora de fríjol buscando la mayor eficiencia para la mejor producción bajo las condiciones geográficas. Pero definitivamente su relación con el Señor Ciro Molina Garcés fue lo que le dio el empuje definitivo a esta tierra vallecaucana para sobresalir como capital agrícola de Colombia. Conformaron la Granja Agrícola, concretizando el sueño de ambos; tiempo después sería la sede de la Universidad Nacional de Palmira, especializada en todo lo relacionado al agro.”
Ella continúa narrando embelesada con sus recuerdos; contando las proezas de su padre, el desarrollo del Valle del Cauca, apoyada por sus ancestros que siguieron la ruta de “El Paraíso” y lo hallaron, se enamoraron, sufrieron, prosperaron y de paso nos dieron la oportunidad de industrializar al Valle. Me llama la atención que trae cientos de libros atados con una cuerdita, los coloca encima de la mesa. Entre textos de la Embajada Japonesa sobresale como símbolo “María” de Jorge Isaacs, lo tomo entre mis manos y ella me dice que lo relee cada vez que puede, para volver a sentir la sensación de paz, amor y gratitud que sentía su padre cada vez que se sentaba en la misma piedra, en la que reposaba María, esperando a Efraín.
La Señora Shima se despide en la puerta de su apartamento, me da las gracias por dejarla narrar algo que siempre había querido contar. Yo le doy el doble de gracias por permitirme escribir esta crónica, también como homenaje a la Colonia Japonesa del Valle del Cauca, quienes -nos guste reconocerlo o no- a influenciado en el desarrollo empresarial, agrícola e industrial de nuestra región.
El Paraíso fue descubierto, y no sabíamos que vivíamos en él.